Del Amor


"Huyó a la biblioteca, pero no pudo leer. Rezó con la fé exacerbada, cantó la canción de la tiorba, lloró con lágrimas de aceite ardiente que le abrasaron las entrañas. Abrió la maletita de Sierva María y puso las cosas una por una sobre la mesa. Las conoció, las olió con un deseo ávido del cuerpo, las amó, habló con ellas en hexámetros obscenos, hasta que no pudo mas. Entonces se desnudó el torso, sacó de la gaveta del mesón de trabajo la disciplina de hierro que nunca se había atrevido a tocar, y empezó a flagelarse con un odio insaciable que no había de darle tregua hasta extirpar en sus entrañas hasta el última vestigio de Sierva María. El obispo, que había quedado pendiente de el, lo encontró revolcándose en un lodazal de sangre y de lágrimas.
"Es el demonio, padre mio", le dijo. "El mas terrible de todos".

(...)

"Empujó la puerta con la punta de los dedos, dejó de vivir mientras duró el chillido de los goznes, y vió a Sierva María dormida a la luz de la veladora del santísimo. Ella abrió los ojos de pronto, pero se demoró en reconocerlo con el camisón de lienzo de los enfermeros de leprosos. El le mostró las uñas ensangrentadas.
"Escalé la tapia", le dijo sin voz
Sierva María no se conmovió.
"Para qué", dijo.
"Para verte", dijo el.
No supo que mas decir, aturdido por el temblor de las amnos y las grietas de la voz.
"Váyase", dijo Sierva maría.
El negó con la cabeza varias veces por miedo de que le fallara la voz. "Váyase", repitió ella. "O me pongo a gritar". El estaba entonces tan cerca que podía sentir su aliento virgen.
"Así me maten no me voy", dijo. Y de pronto se sintió del otro lado del terror, y agregó con vos firme: "De modo que si vas a gritar, puedes empezar ya".
Ella se mordió los labios. Cayetano se sentó en la cama y le hizo el relato minucioso de su castigo, pero no le dijo las razones. Ella entendió mas de lo que el era capaz de decir. Lo miró sin recelos y le preguntó por que no tenia el parche en el ojo.
"Ya no me hace falta", dijo el, alentado. "Ahora cierro los ojos y veo una cabellera como un rio de oro".

(..)

Cuando terminó, Cayetano tomó la mano de Sierva María y la puso sobre su corazón. Ella sintió dentro el fragor de su tormenta.
"Siempre estoy asi", dijo el.
Y sin darle tiempo al pánico se liberó de la materia turbia que le impedía vivir. Le confensó que no tenia un instante sin pensar en ella, que cuando comía y bebíatenía el sabor de ella, que la vida era ella a toda hora y en todas partes, como solo Dios tenía el derecho y el poder de serlo, y ue el gozo supremo de su corazón sería morirse con ella. Siguió hablándole sin mirarla, con la misma fluidezy el calor con que recitaba, hasta que tubo la impresión de que Sierva María se había dormido. pero estaba despierta, fijos los ojos en el, sus ojos de cierva azorada. Apenas se atrevió a preguntar:
"Y ahora?"
"Ahora nada", dijo el. "Me basta con que lo sepas".

(...)

"En los dias siguientes solo tuvieron instantes de sosiego mientras estaba juntos. No se saciaron de hablar de los dolores del amor. Se agotaban a besos, declamaban llorando a lágrima viva versos de enamorados, se cantaban al oído, se revolcaban en cenagales de deseo hasta el límite de sus fuerzas: exaustos pero vírgenes. Pues el había decidido mantener su voto hasta recibir el sacramento, y ella lo compartió.
En las pausas de la pasión intercambiaron pruebas excesivas. El le dijo que sería capaz de cualquier cosas por ella. Sierva María le pidió con una crueldad infalntil que se comiera por ella una cucaracha. El la atrapó antes de que ella pudiera impedirlo y se la comió viva. En otros desafíos vesánicos el le preguntó si se cortaría la trenza por el, y ella dijo que si, pero le advirtió en broma o en serio que en ese caso tendría que casarse con ella para cumplir la condición de la manda. El llevó a la celda un cuchillo de cocina, y le dijo: "Veamos si es cierto". Ella se volvió de espaldas para que el pudiera cortar de raiz. Lo instó: "Atrévase". No se atrevió. Dias después, ella le preguntó si se dejaría degollar como un chivo. El dijo que si con firmeza. Ella sacó el cuchillo y se dispuso a probarlo. El saltó de terror con el escalofrío final. "Tu no", dijo. Ella, muerta de risa, quso saber porque, y el le dijo la verdad.
"Porque tu si te atreves".

Del libro "Del amor y otros demonios", de Gabriel Garcia Marquez.
Imagen: "Ofelia muerta" (1852), de John Everett Millais, cuadro que adorna la tapa del libro.